aquellos ayeres
Las historias de ese entonces se cuentan en segunda persona porque la memoria es ajena a uno en ese momento. Tu recuerdas sensaciones, las anécdotas se las relegas a su madre. Ella se ocupaba de procurarte las más placenteras, y el mundo, que tenia que transcurrir, se ocupaba de mostrarte toda la gama de posibilidades en tu interacción con él.
Tienes muchos recuerdos, por supuesto, que no están situados en una línea cronológica estricta y la mayoría de estos cuentan historias épicas de cómo descubriste el mundo en ese tiempo pero todos ellos están atravesados por el lenguaje, extraña palabra, que tu no conocías, porque no conocías ninguna. Tus recuerdos, son los de tu madre. Esta es una excepción, contada en segunda persona por la distancia que uno siente con aquel remoto pasado.
Estabas sentada en una silla de bebe en el jardín de tu casa. La silla aquella era de un ochenterismo casi nostálgico en estas épocas, así como los objetos que interactuaban con ella: el vasito para tomar jugo, el plato en el que comías, la decoración del jardín, el de tu cuarto, tu ropa, y sobre todo la ropa de tus papás. La silla resultaba de una practicidad impecable, se empotraba en cualquier mesa y tu madre la había elegido así por tener la facilidad de ser transportada a cualquier lado al que fueran tú y ella.
Recuerdas las caras de curiosidad de tus primos cuando se acercaban mucho a ti y te tocaban todos a la vez; ellos tampoco eran unos expertos en el mundo, pero sí tenían mas experiencia que tú. Llorabas encaprichadamente a causa de una invasión inédita, querías que te devolvieran aquella calma que tenias antes de que llegara toda esa gente a tu casa, con sus extrañas formas y esa cercanía amenazante. Ahora sabes que esa situación se llama comida familiar y te alegras porque toda esa euforia táctil se les ha aminorado.
La hora de comer había llegado, y con ella llegaría la oportunidad de descubrir nuevos sabores, texturas y reacciones corporales. Sobre la mesa estaba todo lo que era tuyo dispuesto a servirte para los fines que le otorgaras. También estaba aquello que te parecía peculiarmente llamativo y novedoso, y entre todos esos objetos se encontraban unos vistosos chiles poblanos –pelados pero con algunas semillas- que alguien había dejado, con extrema ingenuidad, muy cerca de tu alcance. Tus padres se encontraban suficientemente distraídos peleándose con el asador y tu aprovechaste esa falta del NO para tocar y agarrar todo ese festín de formas y colores que la situación te presentaba.
Ese verde, brillante, obscuro y grumoso era tu primer objetivo, no sabías qué era y tampoco sabías de sus particularidades, porque hasta ahora tu sólo conocías de ciertos sabores bondadosos, no tan traicioneros y penetrantes como los de un chile. Pero es que esa forma y esa consistencia tan desconocidos y seductores resultaban irresistibles, y tú, en ese entonces no sólo te conformabas con ver las cosas, necesitabas tocarlas y probarlas. El método te había resultado, ya habías probado todo lo impensable por tu madre, desde cochinillas hasta las frutillas de la zarza que era decoración en tu jardín, y gracias a eso habías conocido la acidez y dulzura placentera de las zarzamoras.
Aquel éxito en tu empresa por descubrir las cosas esta vez te llevó a rincones mucho menos agradables. Ese día la curiosidad mató al gato, y las cosas procedieron de manera diferente; aquel sabor y la sensación que producía dicho objeto verdusco eran el infierno mismo, y tus ojos y tus manos ardían, y tu ya no te sentías, pero sentías las punzadas de quien esta confundido frente a la experimentación de una nueva forma de dolor. Llorabas para que tu madre apagara aquella incandescencia, pero te diste cuenta que ese poder estaba fuera de su alcance, entonces seguiste llorando para sacar de tu cuerpo esa aberración, y tampoco funcionó. Lo único que pudiste hacer fue plasmar aquella imagen como polaroid en tu mente y jamás olvidarte esa sensación.
Ese día aprendiste que la sopa sabe mejor sin picante, aunque no te guste la sopa, después comerías chiles rellenos y te asombraría su gran sabor. A partir de ahí te mostrarías respetuosa frente a las salsas y demás preparaciones picosas. Pero, sobre todo, ahí supiste que jamás pelarías un chile en tu vida; después utilizarías el doble sentido de esa frase.
1 comentario:
Enchílame Pantera!!
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